Benedicto XVI Anuncio I

Eran aproximadamente las tres de la madrugada, me encontraba en oración, e inmediatamente después de haber concluido la primera parte de mi...

Eran aproximadamente las tres de la madrugada, me encontraba en oración, e inmediatamente después de haber concluido la primera parte de mis súplicas

Un oráculo de muerte

Principios del año 2007

Eran aproximadamente las tres de la madrugada, me encontraba en oración, e inmediatamente después de haber concluido la primera parte de mis súplicas, abrí la Biblia.
       Esto es algo que acostumbro a hacer, al igual que muchas otras personas al rededor del mundo, y que el Dios Altísimo me mostró, años antes de que este siervo siquiera naciese del agua, por medio de una profetiza itinerante.
       Esta particular forma de consultar las Sagradas Escrituras, es utilizada para recibir instrucciones, amonestaciones, exhortaciones y respuestas del Señor Jesucristo a nuestras inquietudes. El Espíritu Santo guía nuestras manos al momento de abrir la Biblia, y nos habla, a través de ella, respecto de lo que debemos saber en aquel preciso instante de nuestras vidas.
       En aquella alborada de verano, por medio de la guía del Espíritu, mi Señor señalaría lo siguiente:

3 Dios utilizó su poder para darnos todo lo que necesitamos, y para que vivamos como él quiere. Dios nos dio todo eso cuando nos hizo conocer a Jesucristo. Por medio de él, nos eligió para que seamos parte de su reino maravilloso. 4 Además, nos ha dado todas las cosas importantes y valiosas que nos prometió. Por medio de ellas, ustedes podrán ser como Dios y no como la gente pecadora de este mundo, porque los malos deseos de esa gente destruyen a los demás. 5 Por eso, mi consejo es que pongan todo su empeño en: Afirmar su confianza en Dios, esforzarse por hacer el bien, procurar conocer mejor a Dios, 6 y dominar sus malos deseos. Además, deben ser pacientes, entregar su vida a Dios, 7 estimar a sus hermanos en Cristo y, sobre todo, amar a todos por igual. 8 Si ustedes conocen a Jesucristo, harán todo eso, y tratarán de hacerlo cada vez mejor. Así, vivirán haciendo el bien. 9 Pero quien no lo hace así es como si estuviera ciego, y olvida que Dios le ha perdonado todo lo malo que hizo. 10 Hermanos, Dios los ha elegido para formar parte de su pueblo, y si quieren serlo para siempre, deben esforzarse más por hacer todo esto. De ese modo, nunca fracasarán en su vida cristiana, 11 y Dios, con gusto, les dará la bienvenida en el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien reina para siempre. 12 Por eso yo les seguiré recordando siempre todo esto, aun cuando ya lo saben y siguen creyendo en la verdad que les enseñaron. 13 Mientras yo viva, creo que es mi deber recordarles todo esto. 14 Nuestro Señor Jesucristo me ha permitido saber que pronto moriré; 15 pero yo haré todo lo posible para que ustedes recuerden estos consejos aun después de mi muerte... Pedro 1:3-15

Después de esta hermosa exhortación, seguí en oración por algunos minutos más, y volví a abrir las escrituras. Y esto fue lo que el Espíritu señaló:

22 Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; 23 solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones. 24 Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios. 25 Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino... Hechos 20:22-25

Al comparar las lecturas, de inmediato pude darme cuenta de que tenían algo en común: en ambos extractos los apóstoles (Pedro y Pablo) se despiden de aquellos a quienes han enseñado el Camino hacia el Padre Celestial. Es decir: la segunda lectura confirma a la primera. El mensaje del Dios Altísimo parecía ser muy claro en cierto punto: Alguien moriría. De inmediato me preocupé por mi familia, como cualquier persona normal lo hubiese hecho, pero después de pensarlo y analizarlo por un par de días, solo pude descartarlo. Luego, enfocaría mi preocupación sobre mis hermanos de iglesia. Fue tal mi ansiedad, que a pesar de lo descabellado que esto lograse resultar para los oídos de mis hermanos, y que además pudiese ser perjudicial para mi reputación, me atreví a comentarlo con uno de ellos, el cual tenía fama de sabio entre la congregación, y que además era una de las cabezas de la misma. Esta persona, señaló que el mensaje podía ser simbólico, es decir: “Una muerte espiritual”, “un renacer”. A pesar de su reputación, la interpretación que aquel hombre le dio al mensaje no me convenció para nada. Mi aparentemente exagerada preocupación, se debió a las complicadas enfermedades que algunos de mis familiares y hermanos de iglesia comenzaban a experimentar por ese entonces, pero por sobre todas las cosas, a la confianza que he depositado en la guía del Espíritu Santo.
       Durante todo el año 2007, Dios me recordó los mismos libros, capítulos y versículos de la Biblia que me habían sido entregados aquella madrugada. Aproximadamente el 60 a 70 % de las veces en las que hice oración durante ese periodo de tiempo, Él me recordó aquel trágico mensaje con su Palabra. Es más, hubo ocasiones en que las lecturas llegaron a repetirse más de 5 veces en un mismo día. La insistencia del Señor en este mensaje era algo que me preocupaba muchísimo, debido a la posible muerte de alguien cercano. Hasta que…

La súplica del escriba

Finales del año 2007.

Una tarde, escuché a alguien hablar sobre una supuesta revelación que Dios le había manifestado por medio de la oración y las Escrituras. Esta persona, mencionó exactamente los mismos versículos de la 2ª carta de Pedro que el Espíritu del Altísimo me había señalado aquella madrugada, y además agregó: que poco tiempo después de haber recibido aquel mensaje, Juan Pablo II murió. Desde ese mismo instante mi mente fue inundada por una sola pregunta: “¿Qué es lo que Dios me quiere decir?” Lo que había salido por la boca de aquella persona me había dejado perplejo, y pensé: “Por alguna razón Dios me ha hecho escucharla”. Pero aun así, ni siquiera en mi mente, me atreví a asegurar la identidad de quien podría morir.
       Al llegar a mi casa de la iglesia a la que asistía en ese entonces, subí rápidamente a mi dormitorio, el cual está destinado solo a la oración, al conocimiento de Dios y al descanso. Estando ahí me arrodillé ante el Altisimo, y postrados mi cuerpo y mi espíritu, rogué y supliqué a mi Señor Jesucristo que me indicara el significado del mensaje. Con mis ojos cerrados abrí las Escrituras, y luego de algunos segundos los volví a abrir, y comencé a leer:

22 Daniel, he venido ahora para hacerte entender estas cosas. 23 En cuanto comenzaste a orar, Dios te respondió. Yo he venido para darte su respuesta, porque Dios te quiere mucho. Ahora, pues, pon mucha atención a lo siguiente, para que entiendas la visión: 24 Setenta semanas han de pasar sobre tu pueblo y tu ciudad Santa para poner fin a la rebelión y al pecado, para obtener el perdón por la maldad y establecer la justicia para siempre, para que se cumplan la visión y la profecía y se consagre el Santísimo. 25 Debes saber y entender esto: Desde el momento en que se ordene restaurar y construir Jerusalén, hasta la llegada del Jefe consagrado, han de pasar siete semanas, y las calles y murallas reconstruidas de Jerusalén duraran sesenta y dos semanas, pero serán tiempos de mucha angustia. 26 Después de las sesenta y dos semanas le quitaran la vida al Jefe consagrado. Jerusalén y el templo serán destruidos por la gente de un rey que vendrá. El fin llegará de pronto, como una inundación, y hasta el fin seguirá la guerra y las destrucciones que han sido determinadas. 27 Durante una semana más, él hará un pacto con mucha gente, pero a mitad de la semana pondrá fin a los sacrificios y a las ofrendas. Y un horrible sacrilegio se cometerá ante el altar de los sacrificios, hasta que la destrucción determinada caiga sobre el autor de estos horrores... Daniel 9:22-27

La visión


Aquella noche, después de haber orado extensamente, tuve un sueño. En él, subí a un lugar apartado, no en el cielo sino en la tierra, en donde encontré una especie de libro blanco rectangular. En su tapa estaban escritos un nombre y un número: el nombre era Benedictoy el número era XVI. De inmediato me inundó un irrefrenable deseo por revisar el contenido de aquel libro, pero, antes de que pudiera hacerlo, una visión se apareció ante mí: ‘Eran miles de personas congregadas en plaza san Pedro, muchas de ellas portando banderas de diferentes nacionalidades, cuando, sorpresivamente, hubo “dos” o tres explosiones sobre la basílica del mismo nombre, una seguida de la otra. En ese momento no sabía que era lo que exactamente estaba pasando, hasta que la gente comenzó a gritar despavorida’.
        Después de esto, la visión desapareció, y, enseguida, en el sueño, pude abrir el misterioso libro. En su interior había un dibujo tipo bosquejo, el cual retrataba la figura de un papa, se le podía distinguir por el particular aspecto de sus ropas. Él estaba recostado sobre una especie de cama rectangular, y tenía las manos sobre su pecho. Indudablemente estaba muerto. Entonces cerré el libro, y bajé de aquel lugar con la horrible sensación de que este era un vergonzoso y muy bien guardado secreto.

NOTA: Al momento de recibir tan trágica visión, debido a mi reciente cercanía con la iglesia católica, no tenía la más mínima idea de cuál era el lugar en donde podrían desarrollarse los nefastos acontecimientos que he detallado, aunque, por supuesto, me parecía vagamente familiar. Solo indagando pude saber que se trataba exactamente del Vaticano, y no de alguna otra ciudad en el mundo. Debido a esta razón, el primer texto que plasme en una hoja de papel describía de esta forma la visión: “Eran miles de personas juntas al aire libre, muchas de ellas portando banderas de diferentes naciones”.

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